domingo, 25 de noviembre de 2018

¡Qué se cree este huaso! ¿Que va a poder conmigo?





Ha sido una jornada espantosa y peor, el único día que quiero salir temprano de la oficina me quedo casi de las últimas y no sé a quién odio más, si a la “Facha” de mi jefa, o al imbécil burgués que tengo por cliente y que no entiende que si gana debe pagar más impuestos que el resto, y yo, como la empleada eficiente que soy me quedo explicándole hasta última hora todos los conceptos que por supuesto él, como ex alumno de colegio privado y universidad religiosa debería tener más que claro, pero no.
 ¿Y ahora quién va atrasada a juntarse con las chicas? ¡Yo! Bueno, no con todas porque a Beatriz ya la perdimos hace un tiempo, y aunque me cae bien Costabal, no deja de ser un celoso y machista empedernido, por ende, no soporta que ella venga al bar a ver los partidos de la Selección con nosotras, aunque claro, cuando ella insiste mucho, ¡la acompaña! Y eso sí que es peor, porque ni siquiera nosotras podemos gritar tranquilas, ya que con esa mirada asesina que pone nos lo dice todo y más.
Después de varios minutos caminando al fin llego, no me detengo a saludar a nadie o me pierdo el himno nacional. Voy directo al baño, me quito la blusa blanca y me coloco la camiseta roja, por el cotillón no me preocupo, de eso, seguro se encarga Paula. Y así es, antes de llegar a la mesa la veo con una bubusela parada arriba de la silla, y nada más ni nada menos que con la cara pintada.
Para estar a tono con la situación poso mi mano en el corazón y empiezo a cantar a todo pulmón “Puro Chile…” hasta que un idiota con la espalda de un mastodonte se para frente a mí y tapa toda la tv, y eso no es una cosa poca, ¡es un plasma de 55”!
Cuento hasta tres para ver si se inmuta, y como no lo hace toco su hombro, pero nada, no se mueve. Así que cuan enrabiada que estoy lo empujo, y para mi sorpresa, casi no se mueve. Se gira y al hacerlo ni siquiera me ve, porque indudablemente no agacha ni un milímetro la cabeza.
-¡Oye tú!
-Perdón, ¿me hablas a mí? -pregunta haciéndose el desentendido con una sonrisa burlona en la cara que me dan ganas de quitarle con un solo…
Calma Francisca, qué te dijo la maestra de yoga, “mente quieta, espalda recta y corazón tranquilo”. Así que tratando de tener esas tres cualidades, y con la mejor sonrisa que puedo respondo:
-Desearía ver el partido, no me dejas, me estás tapando.
-Van a perder -me suelta así como quien habla de algo sin importancia y no de su Selección Nacional.
-¿Qué dijiste? -ladro subiendo un pelín los decibeles. Haciendo que hasta Claudia que está concentrada se gire para verme.
-Lo que escuchaste -vuelve a decir como si nada tomando de la boquilla de la cerveza-. Así que cálmate, chiquitita, que no te pierdes nada.
-Chi… qui… tita… -murmullo incrédula, ¿“me lo está diciendo a mí”?
-¡Fran! -exclama Claudia que antes de saber qué sucede ya me está pidiendo calma, ¡y esta vez sí que no he hecho nada! ¡Pero nada de nada!-. Estamos acá -mueve la mano, y como aún estoy choqueada camino sin poder responderle al mastodonte poco nacionalista.
-Al fin llegas, justo a tiempo, amiga -habla Paula poniéndome una gorra y entregándome la bandera que cojo con ganas, me pongo a flamear con toda mi fuerza, y aunque no quiera reconocerlo en voz alta solo para que él me escuche y con ahínco para que ese imbécil lo vea.
 Y así todos al acabar de cantar aplaudimos a rabiar.
-¡Vamos Chilito! -grito como enajenada.
La primera cervecita helada ya está esperándome, me la tomo al seco y a continuación me concentro en el partido.
Grito…
Rabeo…
Garabateo…
Y por supuesto al primer gol del equipo contrario insulto al director técnico.
-¡Por eso no avanzamos! Porque eres ratón para jugar. ¡Haz el cambio! ¡¡Hazlo!!
-Saca a Valdivia -continua Paula que más quiere verlo a él quitarse la camiseta que otra cosa. Incluso una vez lo vimos en una discoteca del barrio alto, y a mi amiga ni siquiera le importó que estuviera con la cara de cuica para pedirle una foto y una firma en la polera que llevaba, cosa que por supuesto a la cara de quica no le gustó, pero Pau, ni se inmutó.
-Voy por cervezas -dice Claudia, pero la detengo y la verdad es que prefiero ir yo, así además me calmo un poquito, tanto grito y con el estrés de hoy me ha comenzado a doler la cabeza.
En la barra le pido a Tomás 4 cervezas, él mueve la cabeza
-Es la fuerza de la costumbre.
-Te entiendo, acá también la extrañamos.
-Seguro que está viendo el partido.
-Sí, claro, ¡como toda una señora pudiente con una copa de espumante en la mano!
-Pero qué poco la conoces -la defiendo a brazo partido, aunque por un segundo esa imagen se me cruza por la mente y un escalofrío recorre mi cuerpo, y para confirmar que no es así, agarro mis tres botellas y salgo para llamarla.
Un, dos, tres pitazos y responde:
-¿Viste qué ratón es el D.T? ¡¿Cómo vamos a ganar así?! Hace que los chicos jueguen para atrás -se queja antes de decirme hola, “esa es mi chica” y por si acaso pregunto:
-Dime que no estás tomando champan en copa -ruego cerrando los ojos un momento.
-Daría mi reino por una cervecita helada, pero ya sabes quién no me deja ni probarla por lo del…
-¡Bea! –le chillo cuando dejo de escucharla, hasta que vuelve a haber sonido en el teléfono.
-Tengo solo el entretiempo para hacerle cosas sucias a tu amiga, Francisca, así que si no te molesta…
-Devuélvele el teléfono, Costabal, no te llamé a ti, y aunque te duela, te aguantas las ganas, Sofía debe andar por ahí.
-Error mi querida feminista, está con mi hermana.
Eso me hace sonreír, seguro los interrumpí en algo, pero eso me hace pensar…
-¿Cómo qué no está?, si mañana…
-Tranquila -le quita el teléfono a Mauricio Bea y desde acá lo siento bufar-, mañana Sofía estará acá, te está esperando ansiosa -suspira con nostalgia y sé perfectamente porque es.
-Tú no te preocupes que estarás perfectamente bien representada.
-Podría ir un…
-Ni se te ocurra, ya lo hablamos, Beatriz… -escucho como la regaña Costabal, y esta vez estoy totalmente de acuerdo con él.
-Estoy aquí -digo mirando el aparato, pero claro, ya se enfrascaron en una discusión y yo he pasado a segundo plano. Me rio sola, mejor pareja para Bea no puede haber, y justo cuando estoy pensando en eso siento silbidos. Eso significa que el segundo tiempo ya está por empezar.
A penas abro la puerta es Claudia la que me ayuda, la verdad es que con el celular en la mano y las botellas parezco equeco.
-Dame, te ayudo, ¿qué hacías afuera?
-Llamaba a… -no alcanzo a terminar cuando la algarabía se hace presente en el lugar y todos comienzan a gritar. Por un momento me desequilibrio y justo cuando ya veo que me estrello con el suelo unas manos fuertes me toman por la cintura.
-Si vieras por dónde caminas…
-¡Oh, Gracias! -chilla Claudia haciéndole ojitos, si hasta margaritas se le forman a la descarada, vamos, no es un adefesio, pero tampoco es míster Chile, aunque… su porte, esa voz ronca y el mentón cuadrado lo hacen parecer todo un toro, si hasta las aletas de su nariz se dilatan.
-Soy Claudia -se presenta estirándole la mano.
-Un gusto señorita -y acercándose a ella le da un beso en la mejilla que por supuesto la deja en las nubes-. Pedro García Huidobro.
-Mish, con apellido compuesto y todo -digo burlándome con voz de cabreo.
-Ah, lo oíste. Pensé que desde abajo no escuchabas.
-Además de cavernícola, idiota.
No me importa la cara que pone mi amiga, y sin poder aguantar un segundo más avanzo por entre la multitud y cuan amurrada y hastiada me siento a ver cómo por tercera vez nos meten un gol. Ni me molesto en discutir, solo le doy un trago a la cerveza de Paula porque la mía ya me la he tomado. Hasta que de pronto en mi espalda siento.
-Te dije que íbamos a perder, aceptar la derrota es de gente sabia.
-Pero da la casualidad que yo no lo soy, así que mejor cierra esa boca o guárdate tus comentarios de gurú al pedo para quien te los pregunte -lo fulmino con la mirada.
-Eso no tienes ni que jurármelo, chiquitita, se nota a kilómetros que no lo eres.
-Entonces sal de aquí y deja de perder el tiempo conmigo. Espantas a la gente con quienes sí quiero hablar, y no precisamente de sabiduría, ah…,  pero no creo que alguien como tú sepa de lo que estoy hablando, es tan básico ese instinto.
-¡Hola! -se gira la que faltaba, que por supuesto también al verlo se derrite, ¿pero qué tiene este hombre?-. Soy Paula -lo besa como si lo conociera y le ofrece la silla que está junto a ella. Él de inmediato la acepta.
¡Será patudo!
-¡Por ahí no! -grito cuando el chico maravilla da el pase equivocado y a continuación  se levanta la camiseta para taparse la cara de vergüenza.
-Toma -me distrae el cavernícola entregándome una servilleta-, para que te limpies la saliva de la boca.
-¡¿Yo?!
-Sí, te brillan los ojos con las calugas de Alexis.
-Si te diste cuenta es porque seguro a ti también te gustan -le respondo pasándole la servilleta de vuelta.
-¡Qué asco! -manifiesta entendiendo perfectamente lo que digo, y eso sí que me molesta.
-¿¡Eres homofóbico!? -lo acuso a viva voz, él mira para todos lados y si de sus ojos salieran chispas seguro yo ya estaría quemada.
-Me gustan las mujeres -gruñe.
-Mmm, por como miras a Alexis no se nota.
-¿Prefieres que te mire a ti? -murmura con voz de locutor de radio FM fijándose directamente en mis tetas. Y como hace mucho que no me pasaba, me sonrojo, pero lo peor, es que me avergüenzo, siempre he querido más de lo que tengo, y de inmediato se me viene la imagen de Roberto ofreciéndome una cirugía para que me implantara 300 CC. Un recuerdo que se me clava directo como puñal en el corazón.
Me levanto sin responderle nada, no puedo y si antes me dolía la cabeza, ahora se convierte en una gran jaqueca, que por supuesto tiene un culpable con nombre y apellido compuesto.
En el baño me mojo la cara, respiro un par de veces, pero no puedo evitar mirarme al espejo y ver esa parte… esa que me encantaría fuera más grande.
La puerta del baño se abre de sopetón dejándome totalmente sorprendida.
-¿Se puede saber qué te pasa?
-¿A mí?-la cuestiono digna y envalentonada como siempre.
-¿Ves a alguien más?, ¡porque yo no! Y ahora dime, ¿vas a estar así toda la noche?
-¿Así cómo? -me defiendo de mala manera.
-Nerviosa por el tipo que te está mirando.
-Ideas tuyas.
-¡Ideas mías! Si te paraste al baño moviéndole el culo.
-No hice eso.
-Ja, mi querida, Fran, no voy a discutir lo obvio, aunque no puedes negarme que Pedro está bastante bien, ¿qué bien?, ¡más qué bien!
-¿Ese huaso?
-¿De dónde sacaste que era huaso?
Miro hacia el cielo suspirando, claramente ella ni Paula están viendo lo obvio.
-Primero, habla  cantadito, tiene un acento raro. Segundo, viste camisa  a cuadros. Tercero, ¿no le viste la hebilla del cinturón? Y por último, ¡los zapatos!
-¿Qué tienen los zapatos? –me interroga horrorizada mirándome como si hubiera acabado de descubrir América.
-¡¡Son bototos!! ¿Quién los usa en Santiago?, dime.
-Mmm
-Mmm, ¿Qué?
-Creo que para no importarte ese “huaso” lo has observado bastante.
-Me voy a ver el partido, ah… -me detengo antes de salir-, y échate agüita, ¡a ver si así te enfrías un poquito!
Solo se ríe, y eso me da más rabia aún. En la mesa, Paula ya está instalada a su lado. Mentiría si digo que no se le está regalando, y eso me molesta. Así que pongo toda mi humanidad en mi puesto y comienzo, como siempre a dirigir el partido mientras escucho claramente como el huaso le habla a las chicas de una cerveza espectacular que venden aquí, una, que por supuesto yo nunca he escuchado y menos probado.
Pitazo final, se acaba el partido, y a pesar de lo felices que están todas, me levanto, no quiero quedarme ni un segundo más junto a ese cavernícola que se cree el dueño del lugar.
-¡No te puedes ir! -chilla Paula como niña chica, y por más que le hago señas para que se calle, nada.
-Chiquitita, ¿no tienes permiso para quedarte hasta más tarde? -quiere saber con esa maldita voz sexy y lujuriosa.
-A mí no me manda nadie -suelto moleta, y para demostrárselo me vuelvo a sentar.
-¿Sácame de una duda? -habla acercándose a mi oído-. Eres así siempre ¿o solo conmigo para que me fije en ti?
-¡¿En ti?! Para mi simplemente no existes, este es mi bar y ellas son mis amigas, ¿así que adivina quién sobra en la ecuación?
-¿Tu bar? -se ríe socarrón.
-Es un decir… -farfullo y vuelve aparecer esa estúpida sonrisa de suficiencia.
-Lo digo porque me hubiera parecido extraño que siendo este tu bar, no sepas de la cerveza que hablaba con tus amigas.
-Me gusta normal.
-¿Normal? -me cuestiona en voz baja mirándome con esos ojos que me están pidiendo una explicación, ¿pero de qué?
-Sí.
-Igual uno siempre puede probar cosas nuevas.
“Mierda, y eso qué quiere decir”
-Soy de gustos tradicionales -casi tartamudeo al responderle quitándole la mirada en tanto él reflexiona sobre mis palabras un segundo, hasta que posa su mano grande y gruesa sobre mi pierna obligándome a mirarlo.
-Pero quiero que pruebes.
-¿Por qué?
-¿Y por qué no?
Mierda, ahora sí que el temblor que me recorre es notorio, no sé qué responderle ni menos cómo interpretar esas palabras. ¿Me habla de la cerveza? Quiero creer que sí, pero por el modo en que me mira, lo dudo. Pero ¿Quién se cree este huaso que es?
-Vas a seguir hablando o me darás de probar esa cerveza.
Levanta la mano, uno de los chicos se acerca de inmediato, pide algo que no escucho y en menos de cinco minutos vuelve con tres latas oscuras de una cerveza que efectivamente no conozco más una botella de agua mineral. Con parsimonia les sirve a las chicas y a mi simplemente me entrega la botella con agua mineral.
«Respira Francisca, “mente quieta, espalda recta y corazón tranquilo”»
-No estoy borracha -gruño de mala gana sosteniéndole la mirada mientras él bebe ¡y encima se saborea!
-¿Yo dije eso? -habla haciéndose el ofendido, y justo cuando voy a responderle prosigue-, me gusta tu cara de rabia, pareces un toro a punto de atacar -concluye levantando la servilleta como si fuera un torero.
¿Y este huaso qué se cree?, ¿qué puede darme órdenes a mí? ¿Qué me puede insultar así como así, delante de mis amigas y en mi territorio? Una cosa es que las chicas estén rendidas a sus pies, porque bueno, la verdad sí, es atractivo, seguro de si mismo y muy varonil, pero de ahí a rendirle honores…
Con todo el ímpetu que puedo reunir en cosa de segundos, miro a los chicos que están en la mesa de atrás, les sonrío y con coquetería tomo del mojito mirándolo directamente a los ojos, cuando acabo le doy un beso en la comisura de los labios al gentil caballero que al menos por respeto podría cerrar la boca y dejar de babear y me vuelvo a sentar.
-Camarero, tráigale un café a la dama -exclama entre gruñido y voz de mando.
«¡Pero bueno! ¿Quieres jugar?, yo te voy a enseñar a hacerlo… y a mi manera»
Las chicas no dicen nada, es como si les hubieran comido la lengua y las odio, no es la primera vez que vemos a un ejemplar así, ¡dónde está la solidaridad de género!
Cuando Tomás llega con el café lo recibo con una gran sonrisa, miro al huaso retamboreado y sin suavidad vierto toda el agua en la taza, que por supuesto se rebalsa. Y a continuación tomo el vaso de su cerveza y hago un salud a toda regla.
-¡Al frente, paʼ riba y paʼ dentro!
Incluso eructo, solo para molestarlo.
-Me estás provocando, chiquitita -dice entre dientes-, pero aun así me gusta domar a las chúcaras.
¡Ah, no, esto sí que es el colmo! Tengo paciencia pero también tengo límites, y así no puedo seguir.
-Chicas, me despido, si quieren seguir adulando al campesino, quédense, ¡pero cierren la boca para que no les entren las moscas!
Dicho esto cojo mi bolso y sin mirar atrás camino decidida hasta la puerta. Maldición, ni un maldito taxi pasa, y para colmo de males ni siquiera tengo batería para llamar a un uber.  ¿Cuándo va a ser el día que las mujeres podamos caminar tranquilas por la calle? ¡Cuando!
Empiezo a transitar con la respiración acelerada porque igual me da miedo esta oscuridad, hasta que siento que una mano me agarra por la cintura apegándome a la pared. Con el corazón desbocado abro los ojos y lo único que puedo ver es su torso, levanto la vista y veo sus labios, por alguna extraña razón me tranquilizo.
Maldición claramente estoy perdiendo toda capacidad de razonar, seguro son las cervezas, porque esto que estoy sintiendo no me quiere abandonar, estoy ligeramente, qué ligeramente, no, ¡muy excitada! Los primeros en erectarse son mis pezones, y él lo sabe, ya que su mano va directamente a ellos mientras una sonrisa se dibuja, ¡esos labios! Sabe perfectamente lo que me está haciendo sentir, ¿quién es este hombre que hace que mi voluntad desparezca y mi  cuerpo se quede a su merced?
No hace ningún movimiento, claro, quiere que sea yo quien dé el primer paso y lo bese, pero me niego a caer ante él y lo que sus ardientes ojos me están pidiendo, así que sin más me pongo en puntillas y beso su mejilla.
 Arde de rabia pero no lo dice, hasta que de pronto sujeta mi cabeza entre sus manos y su boca choca con la mía sin contemplaciones haciéndome jadear, de sorpresa, de susto, de asombro, de excitación. Todo junto y más. La mano que recorre mi cintura es segura, su sonido es tan animal que me hace olvidar incluso donde estoy, hasta que por obra y gracia del espíritu santo recobro la conciencia, interrumpo el beso y me alejo jadeando.
-Eres… chúcara -gruñe tomándome por la barbilla, como si fuera mi dueño-. Voy a domarte…
Plaf, esas son las palabras más detonantes que he escuchado en mi vida, ¡domarme! Y con la rabia que siento levanto la rodilla con fuerza y al fin veo como retrocede un par de centímetros, pero suficientes para que me pueda escabullir por entre sus brazos.
-¡No vuelvas a tocarme, maldito cavernícola! -grito atrayendo las miradas de las personas que pasan por el rededor, y por supuesto, nadie se acerca. Por eso estamos como estamos, una sociedad ensimismada en sus propios problemas, pero no es minuto para ponerme a analizar, así que casi corriendo voy a la calle para detener al próximo taxi que pase.
Quince minutos después, aún nerviosa llego a mi departamento. Ni siquiera quiero encender la luz, me siento extraña, sola y hago lo último que debería hacer en mi vida.
Llamo a Roberto.
-Fran, son las tres de la mañana, ¿estás bien?
Apenas escucho su voz me invaden unas incontrolables ganas de llorar, pero me aguanto.
-Puedes venir -susurro con temor, se tarda unos segundos, lo está pensando, no debe ser fácil, no está solo, está con ella, su mujer, su esposa.
-Voy.
Y con esa simple palabra me tranquilizo, voy a mi dormitorio y me quito toda la ropa que tenga algún vestigio de lo que acaba de pasar, y antes de que me termine de duchar, suena el timbre.
Mi salvador y mi perdición.
Sin mediar ninguna palabra me lanzo a sus brazos que me reciben como si estuviera en casa. Y así sigo, porque solo deseo perderme en él y aunque intento calmar mi ansiedad las manos de Roberto saben perfectamente que puntos tocar para hacerme caer en la hoguera de las vanidades. Su olor entra por mi nariz como un hipnotizante. Cierro los ojos cuando sus labios tocan los míos.
-Voy a hacerte el amor, Fran. ¿Puedo?
No sé si puedo, pero quiero, lo deseo, y sin mediar palabras soy yo la que desabrocha su camisa mientras él me toca por todos lados como si me necesitara debatiéndose en sus propios sentimientos, pero cuando toco esa parte que ya está lista para mí, pierde la cordura rindiéndose. Nos acariciamos mirándonos a los ojos, despacio hasta que separa mis piernas y mis rodillas se flectan para que de un certero empujón y sin tener que ayudarnos ni guiarnos con las manos entre en la que por tanto tiempo fue su casa, tardamos poco y nada en encontrar el punto perfecto en donde nuestros roces son sincronizados, lentos y torturadores, pero que sin duda nos llevan al limbo del placer. No sé si alguna vez lo hicimos tan despacio, y estoy segura que nunca sentí tanta vergüenza mezclada con culpa como la estoy sintiendo en este momento, pero es su orgasmo el que me quita todo pensamiento y es esa voz la que me azuza a más hasta que un orgasmo fulminante aparece destrozando todo y más a su paso.
Indignada conmigo misma por estar haciendo esto me culpo. Roberto aun dentro de mí pone su cabeza entre mis senos mientras escucho como suspira apesadumbrado. Necesito que salga, quiero quitármelo de encima, pero está tan indefenso que no sé si puedo, pero por el bien de los dos tengo que hacerlo.
-Fran -habla al fin mirándome, y yo me sonrojo.
-Debes volver a tu casa - su mirada cambia y es él quien se incorpora sobre mí apoyando las manos en el suelo, dejándome atrapada entre sus brazos.
-Así que -comienza en tono de reproche-, ahora que ya te has saciado quieres que me marche.
Al fin se levanta, sube sus bóxer y a continuación sus pantalones, yo aún lo miro desnuda desde abajo.
-Es mejor que te vayas.
-¡¿Te das cuenta que esto es lo que siempre haces!? -grita enfadado-, tú y solo tú me alejan.
-Qué estás diciendo, Roberto, por el amor de dios, tú…
-¡Yo qué!
-¡¡Estás casado!!
-Porque fuiste tú y tu maldita independencia la que nunca quiso ir mas allá, ese maldito feminismo que te corroe por dentro, ese que te hace creer que eres una mujer liberal, desprejuiciada, superada.
-¡Lo soy!
-Claro que no lo eres, veo l culpa en tus ojos, me llamas en la madrugada y te lanzas a mí como si fuera tu salvavidas, siempre ha sido así, por qué no te dejas de mentir a ti misma y lo aceptas.
-¿Acaso crees que eres el único hombre en el mundo?
-¡Para ti lo soy! Reconócelo de una puta vez, siempre terminamos así, follando sin que el mundo nos importe.
-Esto no volverá a suceder, Roberto, vuelve a tu casa con tu mujer. No podemos seguir así, punto.
-¿Segura?, y por eso hemos hecho el amor hoy y la semana pasada, o es por qué tu maldito vibrador no te quita la calentura como yo.
Ni siquiera me detengo a analizar esas malditas palabras, me levanto hecha una furia y le cruzo la cara de una sola cachetada, y cuando voy a empujarlo su teléfono suena, y tengo más que claro quién es.
Cojo la toalla del suelo y me voy a mi habitación, pero las ganas de saber que hablan pueden conmigo y me quedo escuchándolos.
-Ya está todo bien, Camila, mi padre se siente mejor -miente, y como no escucho, definitivamente salgo.
Nos miramos y él continúa.
-Sí, le daré saludos en tu nombre. Y como ya está bien volveré a la casa.
-Mentiroso de mierda -susurro y cuando corta subo la voz-, así que ese era tu plan, quedarte acá tola noche fingiendo que soy tu padre enfermo, ¿no?
-No es la primera vez…
Cierro los ojos imaginándome la situación, suspiro en silencio y mentalmente le pido perdón a Camila, nunca tuve nada contra ella, pero si le estoy haciendo un gran daño y ella es el efecto colateral.
Decidida camino a la puerta como Dios me trajo al mundo, la abro.
-Sal de mi casa, Roberto.
-Mierda -susurra-, te vas a arrepentir, me volverás a llamar.
-Nunca más.
-No sigas mintiéndote, cuando se te pase este ataque de moralidad…
-No es ningún ataque de nada, es solo la verdad -afirmo agarrando el pomo de la puerta con las manos temblorosas-, no merezco ser la amante de nadie y tu mujer no tiene por qué ser gorreada.
-Tarde para asumirlo, Fran.
Esas estocadas me dan directo, pero me dan el valor para ponerle un punto final.
-Sí, soy lo peor como mujer, lo asumo, por eso no volverá a suceder.
-¡Te vas arrepentir!
-¡Ándate a la mierda , Roberto!
Y con esas palabras le doy un golpe a la puerta que hace retumbar todo el lugar. Me odio a misma por todo lo que he hecho, mis ojos se me llenan de lágrimas porque la culpable soy yo, y aunque no quiera reconocerlo abiertamente, lo disfruté. Pero ya no más, nunca más.
Y con eso, sintiéndome podrida por dentro me voy  a la cama, me tapo hasta la cabeza y en la oscuridad que me dan las colchas lo primero que veo es esa maldita cara con las aletas de la nariz dilatada.
Y ya no se ni que pensar, solo necesito recuperar el equilibrio.
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domingo, 4 de noviembre de 2018

Mis demonios desaparecen en Halloween




Mientras voy camino a buscar a Clemente me doy cuenta que todas las casas están totalmente decoradas de Halloween, por supuesto, no la mía. ¿Desde cuándo se celebra esta fecha? Yo jamás salí a pedir dulces, incluso teniendo raíces europeas. Aunque a decir verdad esto es mucho más yanqui que otra cosa, y al pensar en eso mi estómago me recuerda que lo voy a ver, y por supuesto cuanto  odio le tengo.  Es mutuo. Ahora es él quien me corrige cuando le digo pequeña a Josefina, ¿quién se cree? Prefiero no  auto responderme  y seguir adelante lo más tranquilo posible. Pero entre toda esta nebulosa y niños corriendo como muertos vivientes la veo, y sí, por unos segundos la Caperucita Roja con un par de coletas en el pelo y su canasta de dulces me aceleran el corazón, y sí, Dios sabe que me convertiría en lobo solo para comérmela. Hasta que de repente mi visión se ve alterada al ver salir a dos personas de traje negro perfectamente peinados, ella les sonríe, primero al mayor y luego extiende sus manos para abrazar al pequeño, en tanto el otro la agarra de la cintura como si le perteneciera dándole un beso en los labios que debería estar prohibido aquí y en todo el mundo.
Detengo el auto justo en frente de ellos, menos mal que mi hijo me reconoce de inmediato y al gritar mi nombre ellos se despegan, porque es eso literalmente lo que hacen.
-¡Papa! -Grita Clemente.
-¡Max! -me hace una seña Josefina, como si yo no la hubiera visto, en tanto él, solo mueve la mano.
Como siempre, y con ese candor que la caracteriza se lanza a mis brazos y son los segundos más maravillosos de este día, claro, duran poco, mi pequeño reclama su puesto y es a él quien cojo en brazos.
-Max, ¿pensé que te ibas a disfrazar?
-No soy un niño, Jose.
-Ya…  -Estira la palabra riéndose, y sé que algo más  me dirá-, ¿pero de Superman para el cumpleaños?
Me estremezco por dentro, ese momento fue mágico, pensé que siempre sería así.
-Por favor, Jose, eso era una fecha importante, esto es…
-Una fiesta para celebrar -acota el yanqui estirándome la mano para saludarme, solo para no ser descortés lo imito, ambos nos miramos a los ojos y como hombres sabemos que no es de caballeros nuestro saludo.
-Papá, ¡soy James Bond!-nos distrae clemente.
-¿Quién?
-Un súper agente inglés -recalca esa palabra.
-Pensé que serías un súper héroe.
-No, eso es para los niños, ¡yo soy grande!
Jose pone los ojos en blanco como diciéndome que no le diga nada, que lo deje. Y yo… le obedezco.
-No vuelvan tan tarde, hoy tenemos una comida en casas de Andrés.
-¡Sí! Ya no voy a ser el único nieto, voy a tener un primo.
-¡Clemente! -lo regaña mi pequeña-, ¡es un secreto!
-¿Ámbar está embarazada?
-¡Sí!-aplaude como la niña que yo aún veo-.  Pero nadie lo sabe, hoy lo anunciará a la familia, por eso te pedí que llegaras temprano -se disculpa.
-Lo sé, lo entiendo, a las nueve estaremos de vuelta.
Nos despedimos y con Clemente aún sobre mis brazos lo llevo al auto. Nos ponemos en marcha y él como siempre comienza a contarme todas sus aventuras de la semana, cosa que le celebro.
A penas llegamos al barrio que él mismo me indicó se baja, de inmediato otros muertos se le acercan, y así comienzan a correr por la vereda, me cuesta seguirles el paso, así que me apresuro lo más posible, hasta que de pronto veo a un chico sobre el resbalin  lanzarse al suelo, y el que sigue es Clemente.
-¡Ni se te ocurra lanzarte! -grito desde lejos.
-¡Soy James Bond papi, nada me va a pasar!
-¡Clemente Von Kryler! -advierto, y es como si nada, no solo se lanza, sino que además se sube a la escalera colgante y cuan mono camina por arriba de los fierros.
-¡No corras por ahí! -grito con el corazón prácticamente en la boca, ya veo que se estrella contra el suelo, pero claro, es terco, sigue en lo mismo, disparando y  haciendo que varios niños caigan al suelo.
-¿Pero qué te pasa? -pregunta una bruja mirándome como si estuviera loco, y bueno, capaz lo estoy.
-¡Mira! -le indico señalando al lugar-. ¡Míralos!
Cuan bruja mira donde le indico y luego a mi dirección, solo moviendo la cabeza, regañándome con el ceño fruncido, y estoy seguro que esa mirada la he visto en alguna parte, estoy seguro que bajo esos lentes de contacto blancos y de esa pintura blanca, de “muerta” hay un rostro conocido.
-Los niños están jugando, claramente James Bond -dice reconociendo de inmediato a mi hijo-, los está matando, y ellos están cayendo. Simulando –recalca-, que mueren, y ahora, se supone que está peleando con la mujer maravilla.
-¡¿Mujer maravilla?! -me escandalizo-,  ¿pero tú ves cómo va vestida esa niña? Parece, parece…
-Parece mujer maravilla -me corta enérgicamente.
-¡Su falda es demasiado corta! Quizás como será su madre -suelto enardecido porque claramente esa mujer ardilla está a punto de ganarle a Clemente, y él en vez de estar sufriendo, veo como lo está disfrutando.
-Sí, claro que es corta, por eso lleva calzas abajo -me responde enfadada, y juraría que le salen chispas por los ojos, y eso que es bruja, no dragón-, y para que lo sepas, su madre es bastante normal, incluso se disfraza para que no se sienta incómoda.
Hago un gesto de poca importancia hasta que la bruja se pone en frente de mí y prosigue:
-¿O acaso tienes algún problema, Maximiliano?
Eso sí me sorprende, sabe quién soy, abro los ojos como plato y cuando noto una sonrisa de suficiencia, esa maldita sonrisa de “soy una mujer superada” se perfectamente quien es. Es una apoderada del curso de mi hijo que siempre me ha llamado la atención, desde el primer día que la vi. Incluso cuando voy a buscarlo al colegio me quedo a veces, solo a veces un rato más para mirarla. Me gusta su desparpajo, su forma de enfrentar los problemas de los niños, pero nunca he entablado una conversación o algo más porque lleva argolla de matrimonio, y eso sí que lo respeto. No sé cuántos años tendrá, no tantos menos que yo, aunque…
-¿Bueno, y? ¿No me vas a decir nada?
-Sí, que la madre de esa niña es una bruja y no sabe lo que su hija guarda en el armario.
Ahora sí que me mira más que indignada.
-Von Kryler, eres más retrógrado de lo que imaginé, y estoy totalmente segura que bajo ese traje arrugado hay un hombre amargado que no sabe disfrutar de la vida, y menos de momentos como este en que los niños están disfrutando sanamente con un juego, ¡y con un disfraz!
¡Wow! Si eso no es un decálogo de defensa, está muy cerca, pero no me arrepiento de nada, hasta que un grito de la mujer ardilla nos distrae. La bruja deja de mirarme y corre hacia su hija que está en el suelo.
-¿Amelia, qué te pasó? ¿Te duele?
-Yo no la maté -se defiende Clemente y la pequeña mueve la cabeza para que mi hijo que está que se le salen los ojos se quede tranquilo.
-¿Quieres que la llevemos a la clínica? -le pregunto viendo como le sangra la rodilla.
Ya no es bruja, es la niña del exorcista, gira su cabeza y con odio escupe:
-¿Cómo se te ocurre?, es solo un raspón, con alcohol y mimos se le pasará, no necesita una clínica.
-Ya,¿ y eso lo sabes, tú?
-Mi mami es enfermera -suelta la pequeña abrazándola, dejándome totalmente callado.
-No… no lo sabía -me disculpo.
-Por supuesto que no, no sabes nada -me dice en tono de reproche.
-Estás equivocada, sé que tienes una hija, que vives a dos cuadras de aquí, que estás casada y que eres enfermera de la clínica.
Ahora abre los ojos tanto que creo que se le juntaran con el pelo, y actúa, casi, como si le hubiera dicho un insulto. Coge a su pequeña en brazos y se la pone en las caderas. Se nota que le cuesta, su hija es casi tan grande como Clemente, y eso no es menor.
-Despídete de tu compañero, mi vida, vamos a casa a curarte.
-Yo quiero seguir jugando
-Tengo que curarte la herida.
-Pero, ¿pero, Cleme puede ir a la casa? -le pregunta, claramente es un minuto incómodo, pero al ver que mi hijo también insiste, acepta.
-Está bien, vamos.
Cuan sargento da una orden y en silencio la sigo, los chicos van alegres conversando, y cuando como el caballero que soy le pregunto si quiere que cargue a su hija me dice que no, me queda claro que aún está enojada, para eso no hay que ser adivino.
Al llegar me invita a pasar. Su casa es completamente femenina, y eso me llama la atención. Sienta a la pequeña en el sofá, nos indica que ya vuelve y todos nuevamente obedecemos.
A los pocos minutos regresa con una bandeja con leches en cajitas para los niños y para mí un vaso de agua, y en la otra mano, una cajita plástica con una cruz roja en medio.
Deja todo sobre la mesa de centro, los niños toman sus leches y se acomodan en el sofá.
-Bueno, Amelia, ahora vamos a desinfectar la herida.
La pequeña asiente con la cabeza.
Ella se quita la capa negra que la cubre y mis ojos automáticamente se van a su vestido de algodón negro, que se le ajusta como un guante al cuerpo, y vaya, que cuerpo, nada le sobra ni le falta y una sensación que hace mucho no sentía asalta mi mente, y otras partes.
 Con todo el cariño del mundo y una gran sonrisa se arrodilla frente a nosotros, y con manos mágicas y una dulzura que no había visto le cura la rodilla, le da un beso en la frente y le indica que ya está lista. Ante esas palabras Amelia invita a Clemente a conocer su pieza y nos quedamos solos.
Ella se sienta y a continuación se quita la peluca negra dejando ver su pelo castaño claro perfectamente peinado con unas trenzas pegadas a la cabeza. Sí, se ve otra… ¿me gusta?
-Disculpa si te ofendí en la plaza.
-Supongo que eres como todos, prejuzgas primero.
-No soy así -me defiendo.
-¿Seguro? -me dice sonriendo de medio lado, y me encanta. Mentiría si dijera que me está coqueteando, pero es tan directa que…algo produce en mí.
-¿Me equivoqué en algo? -levanto las cejas con gesto de suficiencia, más que para que me crea vencedor para saber más de ella.
-Sí, no trabajo en la clínica, sino que en el hospital de Puerto Montt.
-No existe un…
-¿Si quieres saber si soy casada, viuda o divorciada, ¿por qué no simplemente me lo preguntas?
Wow, sí que es directa, ambos nos miramos a los ojos, sé que yo estoy sintiendo algo más, y estoy casi segura que ella también. Ninguno de los dos esquiva la mirada, incluso es evidente que nos miramos los labios y que la tensión crece a cada segundo, ni el mamá ni el papá que ambos sentimos nos distraen, hasta que el teléfono de mi bolsillo comienza a sonar reventando esta pequeña burbuja.
-¿Qué? -respondo sin siquiera mirarlo.
-Max -pregunta extrañada Josefina, y por primera vez desde hace mucho la quiero fuera de esta ecuación -. ¿Qué pasa?
-Son las nueve y media…
Cierro los ojos un momento, el tiempo se me pasó volando, me levanto sin dar ninguna explicación, y le digo que en diez minutos estoy en su casa, sé que se lo digo de mala forma porque me pregunta si estoy bien. Llamo a Clemente y él también sabe que mi tono no es de juego, baja en dos minutos, y aunque reclama, está contento porque sabe que hoy será una noche de buenas noticias.
-Mándale saludos a Josefina -me dice mordiéndose el labio con los ojos blancos pagados.
-Esto no ha terminado.
-¿No?
Sin decir ni media palabra nos vamos, Clemente está casi a punto de dormir. Tal como dije en diez minutos llego, Jose sigue de Caperucita Roja,  la veo de forma diferente, tan ¿niña?
 Rápidamente le relato lo que hicimos y ella sonríe como siempre, nos despedimos y  voy de vuelta a mi casa.
Durante todo el camino pienso en el momento que acabo de vivir, no sé explicarlo a ciencia cierta, pero algo se movió dentro, algo se resquebrajó. En casa me sirvo un whisky con varios hielos para bajar la ansiedad, y como no se me pasa decido bajar energías nadando.
Me quito la ropa, subo el timer de la piscina y como siempre hago para relajarme, nado, me tiro un par de clavados que requieren toda mi concentración y ni aun así puedo borrármela.
No soy un hombre impulsivo, menos a las doce de la noche, pero no me importa. Y sin querer perder más tiempo solo me pongo un polerón de algodón.
Ni siquiera pienso en que le voy a decir, o a qué voy, es algo extraño lo que siento. Estoy siendo impulsivo, me estoy dejando llevar, pero ¿por qué? ¿Por sentimientos?, ¿por emociones?, ¿por calentura? No tengo ni la más puta idea, solo sé que quiero terminar la conversación pendiente.
Frente de su casa me estaciono, toda la casa está a oscuras, excepto por la luz del pórtico y el fantasma que bambolea por el viento. Me subo un poco más el cierre del polerón porque está helado, sin meditarlo más cruzo y toco discretamente a su timbre, pasan los segundos y nada, cuando voy a pegar el dedo en el botón, la luz de dentro se enciende y ella abre la puerta.
No es la bruja de antes, sus ojos no son blancos, son café con pintas más oscuras, su pelo no va trenzado, sino completamente crespo y enmarañado. Pero su ropa, oh, Dios, sí que es diferente.
El vestido largo ha sido reemplazado por una camisa de dormir blanca con encaje, con el frío sus pezones se erectan, e incluso puedo ver más allá de la tela.
Su cara es de completo asombro, y me gusta, no solo yo la estoy mirando, ella está haciendo lo mismo, hasta que soy yo quien rompe el silencio.
-¿Dulce o travesura?
-¿Qué? ¿Qué dijiste?
-Responde.
Desde este segundo la lujuria brilla en sus ojos y me estremezco. Su cuerpo se marca solo para mí y cuando da un paso hacia atrás, entiendo que es una clara invitación a entrar.
Mis ojos se abren cuando me toma la mano guiándome hasta el salón, y como si solo ella fuera la protagonista cierra las mamparas dándonos total privacidad y en medio, frente a mis ojos sus manos comienzan a recorrer su cuerpo, desde su vientre a su pubis, y antes de que siga mis manos apartan las suyas siguiendo aquel recorrido, sin poder evitarlo recorro desde su muslo hasta sus vellos ensortijados, juego con ellos hasta que está completamente húmeda y su clítoris comienza a abultarse. Hasta que me doy cuenta que no solo ella está sintiendo calor, mi pene está completamente erecto, y de la mujer segura y que se llevaba al mundo por delante no queda nada, ni un musculo de su mano se mueve.
-Tócame. —Le digo al mismo tiempo que uno de mis dedos se hunde en su sexo produciendo un gemido en ella y un suspiro en mí, ¡qué sensación!
Cuando toma mi pene con sus manos frías todos mis instintos primitivos despiertan, comienzo a penetrarla una y otra vez, sintiendo con mis dedos lo que otra parte de mi cuerpo debería estar sintiendo. Ataco su boca con vehemencia, nuestros dientes chocan y como no quiero que se separe ni un milímetro de mi enredo mi mano en su pelo atrayéndola aún más, jadeando en su boca mientras ella y su cuerpo se entregan totalmente. Cada temblor, cada sacudida, cada escalofríos me pertenecen. No hay palabras de por medio, nuestros ojos hablan por sí solos, es como si nos entendiéramos, y cuando ya no puedo más, le quito la maldita camisola y sin darle tiempo a nada me hundo en ella, hasta el fondo sintiendo una sensación inimaginable. Toda ella está para mí, sus labios, sus dientes, su lengua que me lame mientras la penetro cada vez más profundo, más fuerte, más rápido, hasta que como si estuviéramos completamente sincronizados nos corremos al mismo tiempo con ganas, con fuerza, con lujuria, y cuando ella abre los ojos susurra en mis labios:
-Ya, ya tengo dulce -jadea con la respiración entrecortada-, ahora quiero travesura.

Este relato es sobre Maximiliano, un personaje de la Todo por sus ojos, si aún no la lees, uff, te la estás perdiendo!!!


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jueves, 1 de noviembre de 2018

Historias que te hacen vibrar...

Buen día!! ya que muchas extrañan los relatos, he decidido seguir convirtiendo los FOMINGOS en algo entretenido, así que....comenzamos de nuevo con nuestras historias!!!