Ha sido una jornada espantosa y peor, el único día que quiero salir temprano de la oficina me quedo casi de las últimas y no sé a quién odio más, si a la “Facha” de mi jefa, o al imbécil burgués que tengo por cliente y que no entiende que si gana debe pagar más impuestos que el resto, y yo, como la empleada eficiente que soy me quedo explicándole hasta última hora todos los conceptos que por supuesto él, como ex alumno de colegio privado y universidad religiosa debería tener más que claro, pero no.
¿Y ahora quién va atrasada a juntarse con las
chicas? ¡Yo! Bueno, no con todas porque a Beatriz ya la perdimos hace un
tiempo, y aunque me cae bien Costabal, no deja de ser un celoso y machista
empedernido, por ende, no soporta que ella venga al bar a ver los partidos de
la Selección con nosotras, aunque claro, cuando ella insiste mucho, ¡la acompaña!
Y eso sí que es peor, porque ni siquiera nosotras podemos gritar tranquilas, ya
que con esa mirada asesina que pone nos lo dice todo y más.
Después de
varios minutos caminando al fin llego, no me detengo a saludar a nadie o me
pierdo el himno nacional. Voy directo al baño, me quito la blusa blanca y me coloco
la camiseta roja, por el cotillón no me preocupo, de eso, seguro se encarga Paula.
Y así es, antes de llegar a la mesa la veo con una bubusela parada arriba de la
silla, y nada más ni nada menos que con la cara pintada.
Para estar a
tono con la situación poso mi mano en el corazón y empiezo a cantar a todo pulmón
“Puro Chile…” hasta que un idiota con la espalda de un mastodonte se para
frente a mí y tapa toda la tv, y eso no es una cosa poca, ¡es un plasma de 55”!
Cuento
hasta tres para ver si se inmuta, y como no lo hace toco su hombro, pero nada,
no se mueve. Así que cuan enrabiada que estoy lo empujo, y para mi sorpresa,
casi no se mueve. Se gira y al hacerlo ni siquiera me ve, porque indudablemente
no agacha ni un milímetro la cabeza.
-¡Oye tú!
-Perdón, ¿me
hablas a mí? -pregunta haciéndose el desentendido con una sonrisa burlona en la
cara que me dan ganas de quitarle con un solo…
Calma Francisca,
qué te dijo la maestra de yoga, “mente quieta, espalda recta y corazón
tranquilo”. Así que tratando de tener esas tres cualidades, y con la mejor
sonrisa que puedo respondo:
-Desearía
ver el partido, no me dejas, me estás tapando.
-Van a
perder -me suelta así como quien habla de algo sin importancia y no de su
Selección Nacional.
-¿Qué
dijiste? -ladro subiendo un pelín los decibeles. Haciendo que hasta Claudia que
está concentrada se gire para verme.
-Lo que
escuchaste -vuelve a decir como si nada tomando de la boquilla de la cerveza-. Así
que cálmate, chiquitita, que no te pierdes nada.
-Chi… qui… tita…
-murmullo incrédula, ¿“me lo está diciendo a mí”?
-¡Fran! -exclama
Claudia que antes de saber qué sucede ya me está pidiendo calma, ¡y esta vez sí
que no he hecho nada! ¡Pero nada de nada!-. Estamos acá -mueve la mano, y como aún
estoy choqueada camino sin poder responderle al mastodonte poco nacionalista.
-Al fin
llegas, justo a tiempo, amiga -habla Paula poniéndome una gorra y entregándome
la bandera que cojo con ganas, me pongo a flamear con toda mi fuerza, y
aunque no quiera reconocerlo en voz alta solo para que él me escuche y con ahínco
para que ese imbécil lo vea.
Y así todos al acabar de cantar aplaudimos a
rabiar.
-¡Vamos Chilito!
-grito como enajenada.
La primera
cervecita helada ya está esperándome, me la tomo al seco y a continuación me
concentro en el partido.
Grito…
Rabeo…
Garabateo…
Y por
supuesto al primer gol del equipo contrario insulto al director técnico.
-¡Por eso
no avanzamos! Porque eres ratón para jugar. ¡Haz el cambio! ¡¡Hazlo!!
-Saca a Valdivia
-continua Paula que más quiere verlo a él quitarse la camiseta que otra cosa.
Incluso una vez lo vimos en una discoteca del barrio alto, y a mi amiga ni
siquiera le importó que estuviera con la cara de cuica para pedirle una foto y
una firma en la polera que llevaba, cosa que por supuesto a la cara de quica no
le gustó, pero Pau, ni se inmutó.
-Voy por
cervezas -dice Claudia, pero la detengo y la verdad es que prefiero ir yo, así
además me calmo un poquito, tanto grito y con el estrés de hoy me ha comenzado
a doler la cabeza.
En la barra
le pido a Tomás 4 cervezas, él mueve la cabeza
-Es la
fuerza de la costumbre.
-Te
entiendo, acá también la extrañamos.
-Seguro que
está viendo el partido.
-Sí, claro,
¡como toda una señora pudiente con una copa de espumante en la mano!
-Pero qué
poco la conoces -la defiendo a brazo partido, aunque por un segundo esa imagen
se me cruza por la mente y un escalofrío recorre mi cuerpo, y para confirmar
que no es así, agarro mis tres botellas y salgo para llamarla.
Un, dos,
tres pitazos y responde:
-¿Viste qué
ratón es el D.T? ¡¿Cómo vamos a ganar así?! Hace que los chicos jueguen para
atrás -se queja antes de decirme hola, “esa es mi chica” y por si acaso
pregunto:
-Dime que
no estás tomando champan en copa -ruego cerrando los ojos un momento.
-Daría mi
reino por una cervecita helada, pero ya sabes quién no me deja ni probarla por
lo del…
-¡Bea! –le chillo
cuando dejo de escucharla, hasta que vuelve a haber sonido en el teléfono.
-Tengo solo
el entretiempo para hacerle cosas sucias a tu amiga, Francisca, así que si no
te molesta…
-Devuélvele
el teléfono, Costabal, no te llamé a ti, y aunque te duela, te aguantas las
ganas, Sofía debe andar por ahí.
-Error mi
querida feminista, está con mi hermana.
Eso me hace
sonreír, seguro los interrumpí en algo, pero eso me hace pensar…
-¿Cómo qué
no está?, si mañana…
-Tranquila -le
quita el teléfono a Mauricio Bea y desde acá lo siento bufar-, mañana Sofía
estará acá, te está esperando ansiosa -suspira con nostalgia y sé perfectamente
porque es.
-Tú no te
preocupes que estarás perfectamente bien representada.
-Podría ir
un…
-Ni se te
ocurra, ya lo hablamos, Beatriz… -escucho como la regaña Costabal, y esta vez
estoy totalmente de acuerdo con él.
-Estoy aquí
-digo mirando el aparato, pero claro, ya se enfrascaron en una discusión y yo
he pasado a segundo plano. Me rio sola, mejor pareja para Bea no puede haber, y
justo cuando estoy pensando en eso siento silbidos. Eso significa que el
segundo tiempo ya está por empezar.
A penas
abro la puerta es Claudia la que me ayuda, la verdad es que con el celular en
la mano y las botellas parezco equeco.
-Dame, te
ayudo, ¿qué hacías afuera?
-Llamaba a…
-no alcanzo a terminar cuando la algarabía se hace presente en el lugar y todos
comienzan a gritar. Por un momento me desequilibrio y justo cuando ya veo que
me estrello con el suelo unas manos fuertes me toman por la cintura.
-Si vieras
por dónde caminas…
-¡Oh, Gracias!
-chilla Claudia haciéndole ojitos, si hasta margaritas se le forman a la
descarada, vamos, no es un adefesio, pero tampoco es míster Chile, aunque… su
porte, esa voz ronca y el mentón cuadrado lo hacen parecer todo un toro, si
hasta las aletas de su nariz se dilatan.
-Soy
Claudia -se presenta estirándole la mano.
-Un gusto
señorita -y acercándose a ella le da un beso en la mejilla que por supuesto la
deja en las nubes-. Pedro García Huidobro.
-Mish, con
apellido compuesto y todo -digo burlándome con voz de cabreo.
-Ah, lo oíste.
Pensé que desde abajo no escuchabas.
-Además de cavernícola,
idiota.
No me importa
la cara que pone mi amiga, y sin poder aguantar un segundo más avanzo por entre
la multitud y cuan amurrada y hastiada me siento a ver cómo por tercera vez nos
meten un gol. Ni me molesto en discutir, solo le doy un trago a la cerveza de Paula
porque la mía ya me la he tomado. Hasta que de pronto en mi espalda siento.
-Te dije
que íbamos a perder, aceptar la derrota es de gente sabia.
-Pero da la
casualidad que yo no lo soy, así que mejor cierra esa boca o guárdate tus
comentarios de gurú al pedo para quien te los pregunte -lo fulmino con la
mirada.
-Eso no
tienes ni que jurármelo, chiquitita, se nota a kilómetros que no lo eres.
-Entonces
sal de aquí y deja de perder el tiempo conmigo. Espantas a la gente con quienes
sí quiero hablar, y no precisamente de sabiduría, ah…, pero no creo que alguien como tú sepa de lo
que estoy hablando, es tan básico ese instinto.
-¡Hola! -se
gira la que faltaba, que por supuesto también al verlo se derrite, ¿pero qué
tiene este hombre?-. Soy Paula -lo besa como si lo conociera y le ofrece la
silla que está junto a ella. Él de inmediato la acepta.
¡Será
patudo!
-¡Por ahí
no! -grito cuando el chico maravilla da el pase equivocado y a continuación se levanta la camiseta para taparse la cara de
vergüenza.
-Toma -me
distrae el cavernícola entregándome una servilleta-, para que te limpies la
saliva de la boca.
-¡¿Yo?!
-Sí, te brillan
los ojos con las calugas de Alexis.
-Si te
diste cuenta es porque seguro a ti también te gustan -le respondo pasándole la
servilleta de vuelta.
-¡Qué asco!
-manifiesta entendiendo perfectamente lo que digo, y eso sí que me molesta.
-¿¡Eres
homofóbico!? -lo acuso a viva voz, él mira para todos lados y si de sus ojos
salieran chispas seguro yo ya estaría quemada.
-Me gustan
las mujeres -gruñe.
-Mmm, por
como miras a Alexis no se nota.
-¿Prefieres
que te mire a ti? -murmura con voz de locutor de radio FM fijándose
directamente en mis tetas. Y como hace mucho que no me pasaba, me sonrojo, pero
lo peor, es que me avergüenzo, siempre he querido más de lo que tengo, y de
inmediato se me viene la imagen de Roberto ofreciéndome una cirugía para que me
implantara 300 CC. Un recuerdo que se me clava directo como puñal en el
corazón.
Me levanto
sin responderle nada, no puedo y si antes me dolía la cabeza, ahora se
convierte en una gran jaqueca, que por supuesto tiene un culpable con nombre y
apellido compuesto.
En el baño
me mojo la cara, respiro un par de veces, pero no puedo evitar mirarme al
espejo y ver esa parte… esa que me encantaría fuera más grande.
La puerta
del baño se abre de sopetón dejándome totalmente sorprendida.
-¿Se puede
saber qué te pasa?
-¿A mí?-la
cuestiono digna y envalentonada como siempre.
-¿Ves a
alguien más?, ¡porque yo no! Y ahora dime, ¿vas a estar así toda la noche?
-¿Así cómo?
-me defiendo de mala manera.
-Nerviosa
por el tipo que te está mirando.
-Ideas
tuyas.
-¡Ideas mías!
Si te paraste al baño moviéndole el culo.
-No hice
eso.
-Ja, mi
querida, Fran, no voy a discutir lo obvio, aunque no puedes negarme que Pedro está
bastante bien, ¿qué bien?, ¡más qué bien!
-¿Ese huaso?
-¿De dónde
sacaste que era huaso?
Miro hacia
el cielo suspirando, claramente ella ni Paula están viendo lo obvio.
-Primero,
habla cantadito, tiene un acento raro. Segundo,
viste camisa a cuadros. Tercero, ¿no le
viste la hebilla del cinturón? Y por último, ¡los zapatos!
-¿Qué
tienen los zapatos? –me interroga horrorizada mirándome como si hubiera acabado
de descubrir América.
-¡¡Son
bototos!! ¿Quién los usa en Santiago?, dime.
-Mmm
-Mmm, ¿Qué?
-Creo que
para no importarte ese “huaso” lo has observado bastante.
-Me voy a
ver el partido, ah… -me detengo antes de salir-, y échate agüita, ¡a ver si así
te enfrías un poquito!
Solo se ríe,
y eso me da más rabia aún. En la mesa, Paula ya está instalada a su lado. Mentiría
si digo que no se le está regalando, y eso me molesta. Así que pongo toda mi
humanidad en mi puesto y comienzo, como siempre a dirigir el partido mientras
escucho claramente como el huaso le habla a las chicas de una cerveza
espectacular que venden aquí, una, que por supuesto yo nunca he escuchado y
menos probado.
Pitazo
final, se acaba el partido, y a pesar de lo felices que están todas, me
levanto, no quiero quedarme ni un segundo más junto a ese cavernícola que se
cree el dueño del lugar.
-¡No te
puedes ir! -chilla Paula como niña chica, y por más que le hago señas para que
se calle, nada.
-Chiquitita,
¿no tienes permiso para quedarte hasta más tarde? -quiere saber con esa maldita
voz sexy y lujuriosa.
-A mí no me
manda nadie -suelto moleta, y para demostrárselo me vuelvo a sentar.
-¿Sácame de
una duda? -habla acercándose a mi oído-. Eres así siempre ¿o solo conmigo para
que me fije en ti?
-¡¿En ti?!
Para mi simplemente no existes, este es mi bar y ellas son mis amigas, ¿así que
adivina quién sobra en la ecuación?
-¿Tu bar? -se
ríe socarrón.
-Es un
decir… -farfullo y vuelve aparecer esa estúpida sonrisa de suficiencia.
-Lo digo
porque me hubiera parecido extraño que siendo este tu bar, no sepas de la
cerveza que hablaba con tus amigas.
-Me gusta
normal.
-¿Normal? -me
cuestiona en voz baja mirándome con esos ojos que me están pidiendo una
explicación, ¿pero de qué?
-Sí.
-Igual uno
siempre puede probar cosas nuevas.
“Mierda, y
eso qué quiere decir”
-Soy de
gustos tradicionales -casi tartamudeo al responderle quitándole la mirada en
tanto él reflexiona sobre mis palabras un segundo, hasta que posa su mano
grande y gruesa sobre mi pierna obligándome a mirarlo.
-Pero
quiero que pruebes.
-¿Por qué?
-¿Y por qué
no?
Mierda,
ahora sí que el temblor que me recorre es notorio, no sé qué responderle ni
menos cómo interpretar esas palabras. ¿Me habla de la cerveza? Quiero creer que
sí, pero por el modo en que me mira, lo dudo. Pero ¿Quién se cree este huaso
que es?
-Vas a
seguir hablando o me darás de probar esa cerveza.
Levanta la
mano, uno de los chicos se acerca de inmediato, pide algo que no escucho y en
menos de cinco minutos vuelve con tres latas oscuras de una cerveza que
efectivamente no conozco más una botella de agua mineral. Con parsimonia les
sirve a las chicas y a mi simplemente me entrega la botella con agua mineral.
«Respira
Francisca, “mente quieta, espalda recta y corazón tranquilo”»
-No estoy
borracha -gruño de mala gana sosteniéndole la mirada mientras él bebe ¡y encima
se saborea!
-¿Yo dije
eso? -habla haciéndose el ofendido, y justo cuando voy a responderle prosigue-,
me gusta tu cara de rabia, pareces un toro a punto de atacar -concluye
levantando la servilleta como si fuera un torero.
¿Y este
huaso qué se cree?, ¿qué puede darme órdenes a mí? ¿Qué me puede insultar así
como así, delante de mis amigas y en mi territorio? Una cosa es que las chicas
estén rendidas a sus pies, porque bueno, la verdad sí, es atractivo, seguro de
si mismo y muy varonil, pero de ahí a rendirle honores…
Con todo el
ímpetu que puedo reunir en cosa de segundos, miro a los chicos que están en la
mesa de atrás, les sonrío y con coquetería tomo del mojito mirándolo
directamente a los ojos, cuando acabo le doy un beso en la comisura de los
labios al gentil caballero que al menos por respeto podría cerrar la boca y
dejar de babear y me vuelvo a sentar.
-Camarero,
tráigale un café a la dama -exclama entre gruñido y voz de mando.
«¡Pero
bueno! ¿Quieres jugar?, yo te voy a enseñar a hacerlo… y a mi manera»
Las chicas
no dicen nada, es como si les hubieran comido la lengua y las odio, no es la
primera vez que vemos a un ejemplar así, ¡dónde está la solidaridad de género!
Cuando Tomás
llega con el café lo recibo con una gran sonrisa, miro al huaso retamboreado y
sin suavidad vierto toda el agua en la taza, que por supuesto se rebalsa. Y a
continuación tomo el vaso de su cerveza y hago un salud a toda regla.
-¡Al
frente, paʼ riba y paʼ dentro!
Incluso
eructo, solo para molestarlo.
-Me estás
provocando, chiquitita -dice entre dientes-, pero aun así me gusta domar a las chúcaras.
¡Ah, no,
esto sí que es el colmo! Tengo paciencia pero también tengo límites, y así no
puedo seguir.
-Chicas, me
despido, si quieren seguir adulando al campesino, quédense, ¡pero cierren la
boca para que no les entren las moscas!
Dicho esto
cojo mi bolso y sin mirar atrás camino decidida hasta la puerta. Maldición, ni
un maldito taxi pasa, y para colmo de males ni siquiera tengo batería para
llamar a un uber. ¿Cuándo va a ser el
día que las mujeres podamos caminar tranquilas por la calle? ¡Cuando!
Empiezo a transitar
con la respiración acelerada porque igual me da miedo esta oscuridad, hasta que
siento que una mano me agarra por la cintura apegándome a la pared. Con el
corazón desbocado abro los ojos y lo único que puedo ver es su torso, levanto
la vista y veo sus labios, por alguna extraña razón me tranquilizo.
Maldición
claramente estoy perdiendo toda capacidad de razonar, seguro son las cervezas,
porque esto que estoy sintiendo no me quiere abandonar, estoy ligeramente, qué ligeramente,
no, ¡muy excitada! Los primeros en erectarse son mis pezones, y él lo sabe, ya
que su mano va directamente a ellos mientras una sonrisa se dibuja, ¡esos
labios! Sabe perfectamente lo que me está haciendo sentir, ¿quién es este
hombre que hace que mi voluntad desparezca y mi cuerpo se quede a su merced?
No hace
ningún movimiento, claro, quiere que sea yo quien dé el primer paso y lo bese,
pero me niego a caer ante él y lo que sus ardientes ojos me están pidiendo, así
que sin más me pongo en puntillas y beso su mejilla.
Arde de rabia pero no lo dice, hasta que de
pronto sujeta mi cabeza entre sus manos y su boca choca con la mía sin
contemplaciones haciéndome jadear, de sorpresa, de susto, de asombro, de excitación.
Todo junto y más. La mano que recorre mi cintura es segura, su sonido es tan
animal que me hace olvidar incluso donde estoy, hasta que por obra y gracia del
espíritu santo recobro la conciencia, interrumpo el beso y me alejo jadeando.
-Eres… chúcara
-gruñe tomándome por la barbilla, como si fuera mi dueño-. Voy a domarte…
Plaf, esas
son las palabras más detonantes que he escuchado en mi vida, ¡domarme! Y con la
rabia que siento levanto la rodilla con fuerza y al fin veo como retrocede un
par de centímetros, pero suficientes para que me pueda escabullir por entre sus
brazos.
-¡No
vuelvas a tocarme, maldito cavernícola! -grito atrayendo las miradas de las
personas que pasan por el rededor, y por supuesto, nadie se acerca. Por eso
estamos como estamos, una sociedad ensimismada en sus propios problemas, pero
no es minuto para ponerme a analizar, así que casi corriendo voy a la calle
para detener al próximo taxi que pase.
Quince
minutos después, aún nerviosa llego a mi departamento. Ni siquiera quiero encender
la luz, me siento extraña, sola y hago lo último que debería hacer en mi vida.
Llamo a
Roberto.
-Fran, son
las tres de la mañana, ¿estás bien?
Apenas
escucho su voz me invaden unas incontrolables ganas de llorar, pero me aguanto.
-Puedes
venir -susurro con temor, se tarda unos segundos, lo está pensando, no debe ser
fácil, no está solo, está con ella, su mujer, su esposa.
-Voy.
Y con esa
simple palabra me tranquilizo, voy a mi dormitorio y me quito toda la ropa que
tenga algún vestigio de lo que acaba de pasar, y antes de que me termine de
duchar, suena el timbre.
Mi salvador
y mi perdición.
Sin mediar
ninguna palabra me lanzo a sus brazos que me reciben como si estuviera en casa.
Y así sigo, porque solo deseo perderme en él y aunque intento calmar mi
ansiedad las manos de Roberto saben perfectamente que puntos tocar para hacerme
caer en la hoguera de las vanidades. Su olor entra por mi nariz como un
hipnotizante. Cierro los ojos cuando sus labios tocan los míos.
-Voy a hacerte
el amor, Fran. ¿Puedo?
No sé si
puedo, pero quiero, lo deseo, y sin mediar palabras soy yo la que desabrocha su
camisa mientras él me toca por todos lados como si me necesitara debatiéndose
en sus propios sentimientos, pero cuando toco esa parte que ya está lista para mí,
pierde la cordura rindiéndose. Nos acariciamos mirándonos a los ojos, despacio
hasta que separa mis piernas y mis rodillas se flectan para que de un certero
empujón y sin tener que ayudarnos ni guiarnos con las manos entre en la que por
tanto tiempo fue su casa, tardamos poco y nada en encontrar el punto perfecto
en donde nuestros roces son sincronizados, lentos y torturadores, pero que sin duda
nos llevan al limbo del placer. No sé si alguna vez lo hicimos tan despacio, y
estoy segura que nunca sentí tanta vergüenza mezclada con culpa como la estoy
sintiendo en este momento, pero es su orgasmo el que me quita todo pensamiento
y es esa voz la que me azuza a más hasta que un orgasmo fulminante aparece destrozando
todo y más a su paso.
Indignada
conmigo misma por estar haciendo esto me culpo. Roberto aun dentro de mí pone su
cabeza entre mis senos mientras escucho como suspira apesadumbrado. Necesito
que salga, quiero quitármelo de encima, pero está tan indefenso que no sé si
puedo, pero por el bien de los dos tengo que hacerlo.
-Fran -habla
al fin mirándome, y yo me sonrojo.
-Debes
volver a tu casa - su mirada cambia y es él quien se incorpora sobre mí
apoyando las manos en el suelo, dejándome atrapada entre sus brazos.
-Así que -comienza
en tono de reproche-, ahora que ya te has saciado quieres que me marche.
Al fin se
levanta, sube sus bóxer y a continuación sus pantalones, yo aún lo miro desnuda
desde abajo.
-Es mejor
que te vayas.
-¡¿Te das
cuenta que esto es lo que siempre haces!? -grita enfadado-, tú y solo tú me
alejan.
-Qué estás
diciendo, Roberto, por el amor de dios, tú…
-¡Yo qué!
-¡¡Estás
casado!!
-Porque
fuiste tú y tu maldita independencia la que nunca quiso ir mas allá, ese
maldito feminismo que te corroe por dentro, ese que te hace creer que eres una
mujer liberal, desprejuiciada, superada.
-¡Lo soy!
-Claro que
no lo eres, veo l culpa en tus ojos, me llamas en la madrugada y te lanzas a mí
como si fuera tu salvavidas, siempre ha sido así, por qué no te dejas de mentir
a ti misma y lo aceptas.
-¿Acaso
crees que eres el único hombre en el mundo?
-¡Para ti
lo soy! Reconócelo de una puta vez, siempre terminamos así, follando sin que el
mundo nos importe.
-Esto no
volverá a suceder, Roberto, vuelve a tu casa con tu mujer. No podemos seguir
así, punto.
-¿Segura?,
y por eso hemos hecho el amor hoy y la semana pasada, o es por qué tu maldito
vibrador no te quita la calentura como yo.
Ni siquiera
me detengo a analizar esas malditas palabras, me levanto hecha una furia y le
cruzo la cara de una sola cachetada, y cuando voy a empujarlo su teléfono
suena, y tengo más que claro quién es.
Cojo la
toalla del suelo y me voy a mi habitación, pero las ganas de saber que hablan
pueden conmigo y me quedo escuchándolos.
-Ya está
todo bien, Camila, mi padre se siente mejor -miente, y como no escucho,
definitivamente salgo.
Nos miramos
y él continúa.
-Sí, le
daré saludos en tu nombre. Y como ya está bien volveré a la casa.
-Mentiroso
de mierda -susurro y cuando corta subo la voz-, así que ese era tu plan,
quedarte acá tola noche fingiendo que soy tu padre enfermo, ¿no?
-No es la
primera vez…
Cierro los
ojos imaginándome la situación, suspiro en silencio y mentalmente le pido
perdón a Camila, nunca tuve nada contra ella, pero si le estoy haciendo un gran
daño y ella es el efecto colateral.
Decidida
camino a la puerta como Dios me trajo al mundo, la abro.
-Sal de mi
casa, Roberto.
-Mierda -susurra-,
te vas a arrepentir, me volverás a llamar.
-Nunca más.
-No sigas
mintiéndote, cuando se te pase este ataque de moralidad…
-No es
ningún ataque de nada, es solo la verdad -afirmo agarrando el pomo de la puerta
con las manos temblorosas-, no merezco ser la amante de nadie y tu mujer no
tiene por qué ser gorreada.
-Tarde para
asumirlo, Fran.
Esas
estocadas me dan directo, pero me dan el valor para ponerle un punto final.
-Sí, soy lo
peor como mujer, lo asumo, por eso no volverá a suceder.
-¡Te vas
arrepentir!
-¡Ándate a
la mierda , Roberto!
Y con esas
palabras le doy un golpe a la puerta que hace retumbar todo el lugar. Me odio a
misma por todo lo que he hecho, mis ojos se me llenan de lágrimas porque la
culpable soy yo, y aunque no quiera reconocerlo abiertamente, lo disfruté. Pero
ya no más, nunca más.
Y con eso,
sintiéndome podrida por dentro me voy a
la cama, me tapo hasta la cabeza y en la oscuridad que me dan las colchas lo
primero que veo es esa maldita cara con las aletas de la nariz dilatada.
Y ya no se
ni que pensar, solo necesito recuperar el equilibrio.
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