Después de una de las acaloradas discusiones que
siempre tenían, Francisca necesitaba alejarse, a pesar de estar de acuerdo con
algunas costumbres, con otras estaba muy en desacuerdo, tal como había sucedido minutos
atrás.
No podía entender por qué se empeñaban en
minimizar todas las opiniones de la hermana de Pedro. Había estado a punto de
gritarle a la señora que la equivocada era ella, no su hija, pero se contuvo, y
en honor a eso decidió salir del lugar, sino, estaba segura armaba la tercera
guerra mundial, y peor, ¡¡Dios!! Ese hombre que era todo un macho, no era capaz
de contradecir a su madre sabiendo aún que no tenía la razón.
No se dio ni cuenta de la cantidad que había caminado,
hasta que cuando ya no pudo más, en un lugar desierto del campo se detuvo. La luz
del día ya se estaba guardando, incluso se podía ver todo el cielo teñido en
color anaranjado.
El silencio reinaba alrededor, solo se escuchaban
algunos pajaritos, hasta que de pronto, por entre medio de los árboles apareció
el hombre que encarnaba su mayor deseo, la lujuria personificada en una sola
persona, con nombre y apellido, ¿acaso no podía tan solo abrocharse la maldita
camisa?, ¿y se una persona normal? ¡No! No podía, pero lo que sí podía notar
era su torso cincelado respirando acelerado.
A penas la vio clavó sus ojos en ella. El tiempo
se detuvo para ambos, y sin dejarla hablar llegó a su lado, acarició su rostro
con sus cálidas manos, grandes y húmedas. Las deslizó por su cuello, por sus
hombros, por su pecho. Acercó su boca en busca de la suya, la necesitaba, y esa
era la forma en que tenía para demostrárselo.
No solo estaba listo, incluso su miembro ya estaba
preparado, se frotaba contra ella con urgencia. Un gemido gutural salió desde
su interior, y Francisca, aunque aún no hablaba, esperaba con ahínco que
acabara la tortura en que él mismo la estaba sometiendo.
-Si vas a hacer que se me quite la rabia, hazlo ya
-susurró mordiéndose el labio al tiempo que le desabrochaba el botón del pantalón.
- ¿Y si solo he venido a ver cómo estabas? -preguntó
mientras amoldaba perfectamente su mano a su pecho, apretándoselo.
A Francisca se le escapó un sonido gutural ante
aquella sensación, y por supuesto Pedro levantó la cabeza con gesto de
arrogancia, sabía lo que hacía, darle placer. Estudió sus ojos, su cara estaba
seria, pero con los ojos bien abiertos, percibía la rabia que tenía ella en ese
momento y también sabía perfectamente cómo quitársela, en ese minuto estaban en
una intensa guerra personal. ¿Lo iba a apartar?
-Lo vas a hacer ¿sí o no? -musitó con el corazón acelerado.
-No-respondió y vivió a amasar los senos de Francisca-,
voy a tomar lo que es mío cuando lo reconozcas.
Tenía mil cosas para decirle a ese machista
empedernido troglodita de las cavernas, pero las ganas o mejor dicho la
calentura le ganaban en ese momento, sabía que nada con él era buena idea, no
con alguien como él, pero también era consciente que con Pedro perdía todo rasgo
de cordura, la prueba estaba clara ya que casi 90 kilos cernían sobre ella aplastándola
contra la hierba, tocándola sublimemente y haciendo que le suplicara o mejor
dicho que aceptara lo que nunca quería admitir. Dos palabras, “era suya”
Pedro sacó su mano sustituyendola por la boca, y
como si fuera un animal hambriento succionaba y lamia ese pezón rosado que
tanto lo volvía loco.
Francisca gimió, tomó su cabeza tirando de su
pelo, con fuerza, pero ni así el quitaba sus labios, sentía cada vez más fuerte
una oleada de placer por su cuerpo que se alojaba justo en su entrepierna, tan
intensamente que estaba segura que así la que terminaría primero sería ella. Jamás
se había sentido tan animal, y eso que el sexo le gustaba, y claramente llevaba
años practicándolo, pero con él era diferente, nunca sabía que esperar. Y eso…era
lo que más le excitaba.
-Pedro…
Él levantó su cabeza quedando solo a unos centímetros
de su pecho, el pezón brillaba por la saliva y gracias a la briza y a la sensación
estaba completamente erguido, la visión le arrancó un gruñido totalmente
masculino de animal primitivo.
-Solo dilo, mujer, no soy un puto robot-dijo con
la voz áspera, casi salvaje.
Ella gritó frustrada debatiéndose entre el deseo más
crudo o sus propias convicciones. La expresión
expectante de Pedro le llegó directamente al corazón, no quería pelear, quería follar,
y sí, como un animal, pero él, él se lo ponía todo tan difícil. Lo rodeó con
sus manos por la nuca enredando sus dedos en su pelo. La mirada de Pedro se clavó
en la de Francisca mientras ella levantó todo lo que pudo sus caderas hacia él.
-No soy de nadie.
A Pedro se le dilataron las pupilas, y las aletas
de la nariz. Estaba peor que un adolescente, sabía que aún sin que su pene la
tocara acabaría ahí mismo gracias a esas caderas malditas que lo rozaban.
-No sabes lo que dices…
-Lo sé -susurró ella con voz pastosa-, claro que
lo sé.
Pedro cerró los ojos un instante, Francisca sintió
que la tensión se disipaba mientras él volvía a comerle la boca y hundía su miembro
en su vientre, ella le sujetó la cabeza con más fuerza sintiendo en ese preciso
momento como ambos dejaban fluir su esencia.
Sin palabras,
solo con miradas se frotaron cada vez más rápido dándose placer, uno que a cada
segundo les pedía más y más, pero ninguno era capaz de dar su brazo a torcer…