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domingo, 4 de noviembre de 2018

Mis demonios desaparecen en Halloween




Mientras voy camino a buscar a Clemente me doy cuenta que todas las casas están totalmente decoradas de Halloween, por supuesto, no la mía. ¿Desde cuándo se celebra esta fecha? Yo jamás salí a pedir dulces, incluso teniendo raíces europeas. Aunque a decir verdad esto es mucho más yanqui que otra cosa, y al pensar en eso mi estómago me recuerda que lo voy a ver, y por supuesto cuanto  odio le tengo.  Es mutuo. Ahora es él quien me corrige cuando le digo pequeña a Josefina, ¿quién se cree? Prefiero no  auto responderme  y seguir adelante lo más tranquilo posible. Pero entre toda esta nebulosa y niños corriendo como muertos vivientes la veo, y sí, por unos segundos la Caperucita Roja con un par de coletas en el pelo y su canasta de dulces me aceleran el corazón, y sí, Dios sabe que me convertiría en lobo solo para comérmela. Hasta que de repente mi visión se ve alterada al ver salir a dos personas de traje negro perfectamente peinados, ella les sonríe, primero al mayor y luego extiende sus manos para abrazar al pequeño, en tanto el otro la agarra de la cintura como si le perteneciera dándole un beso en los labios que debería estar prohibido aquí y en todo el mundo.
Detengo el auto justo en frente de ellos, menos mal que mi hijo me reconoce de inmediato y al gritar mi nombre ellos se despegan, porque es eso literalmente lo que hacen.
-¡Papa! -Grita Clemente.
-¡Max! -me hace una seña Josefina, como si yo no la hubiera visto, en tanto él, solo mueve la mano.
Como siempre, y con ese candor que la caracteriza se lanza a mis brazos y son los segundos más maravillosos de este día, claro, duran poco, mi pequeño reclama su puesto y es a él quien cojo en brazos.
-Max, ¿pensé que te ibas a disfrazar?
-No soy un niño, Jose.
-Ya…  -Estira la palabra riéndose, y sé que algo más  me dirá-, ¿pero de Superman para el cumpleaños?
Me estremezco por dentro, ese momento fue mágico, pensé que siempre sería así.
-Por favor, Jose, eso era una fecha importante, esto es…
-Una fiesta para celebrar -acota el yanqui estirándome la mano para saludarme, solo para no ser descortés lo imito, ambos nos miramos a los ojos y como hombres sabemos que no es de caballeros nuestro saludo.
-Papá, ¡soy James Bond!-nos distrae clemente.
-¿Quién?
-Un súper agente inglés -recalca esa palabra.
-Pensé que serías un súper héroe.
-No, eso es para los niños, ¡yo soy grande!
Jose pone los ojos en blanco como diciéndome que no le diga nada, que lo deje. Y yo… le obedezco.
-No vuelvan tan tarde, hoy tenemos una comida en casas de Andrés.
-¡Sí! Ya no voy a ser el único nieto, voy a tener un primo.
-¡Clemente! -lo regaña mi pequeña-, ¡es un secreto!
-¿Ámbar está embarazada?
-¡Sí!-aplaude como la niña que yo aún veo-.  Pero nadie lo sabe, hoy lo anunciará a la familia, por eso te pedí que llegaras temprano -se disculpa.
-Lo sé, lo entiendo, a las nueve estaremos de vuelta.
Nos despedimos y con Clemente aún sobre mis brazos lo llevo al auto. Nos ponemos en marcha y él como siempre comienza a contarme todas sus aventuras de la semana, cosa que le celebro.
A penas llegamos al barrio que él mismo me indicó se baja, de inmediato otros muertos se le acercan, y así comienzan a correr por la vereda, me cuesta seguirles el paso, así que me apresuro lo más posible, hasta que de pronto veo a un chico sobre el resbalin  lanzarse al suelo, y el que sigue es Clemente.
-¡Ni se te ocurra lanzarte! -grito desde lejos.
-¡Soy James Bond papi, nada me va a pasar!
-¡Clemente Von Kryler! -advierto, y es como si nada, no solo se lanza, sino que además se sube a la escalera colgante y cuan mono camina por arriba de los fierros.
-¡No corras por ahí! -grito con el corazón prácticamente en la boca, ya veo que se estrella contra el suelo, pero claro, es terco, sigue en lo mismo, disparando y  haciendo que varios niños caigan al suelo.
-¿Pero qué te pasa? -pregunta una bruja mirándome como si estuviera loco, y bueno, capaz lo estoy.
-¡Mira! -le indico señalando al lugar-. ¡Míralos!
Cuan bruja mira donde le indico y luego a mi dirección, solo moviendo la cabeza, regañándome con el ceño fruncido, y estoy seguro que esa mirada la he visto en alguna parte, estoy seguro que bajo esos lentes de contacto blancos y de esa pintura blanca, de “muerta” hay un rostro conocido.
-Los niños están jugando, claramente James Bond -dice reconociendo de inmediato a mi hijo-, los está matando, y ellos están cayendo. Simulando –recalca-, que mueren, y ahora, se supone que está peleando con la mujer maravilla.
-¡¿Mujer maravilla?! -me escandalizo-,  ¿pero tú ves cómo va vestida esa niña? Parece, parece…
-Parece mujer maravilla -me corta enérgicamente.
-¡Su falda es demasiado corta! Quizás como será su madre -suelto enardecido porque claramente esa mujer ardilla está a punto de ganarle a Clemente, y él en vez de estar sufriendo, veo como lo está disfrutando.
-Sí, claro que es corta, por eso lleva calzas abajo -me responde enfadada, y juraría que le salen chispas por los ojos, y eso que es bruja, no dragón-, y para que lo sepas, su madre es bastante normal, incluso se disfraza para que no se sienta incómoda.
Hago un gesto de poca importancia hasta que la bruja se pone en frente de mí y prosigue:
-¿O acaso tienes algún problema, Maximiliano?
Eso sí me sorprende, sabe quién soy, abro los ojos como plato y cuando noto una sonrisa de suficiencia, esa maldita sonrisa de “soy una mujer superada” se perfectamente quien es. Es una apoderada del curso de mi hijo que siempre me ha llamado la atención, desde el primer día que la vi. Incluso cuando voy a buscarlo al colegio me quedo a veces, solo a veces un rato más para mirarla. Me gusta su desparpajo, su forma de enfrentar los problemas de los niños, pero nunca he entablado una conversación o algo más porque lleva argolla de matrimonio, y eso sí que lo respeto. No sé cuántos años tendrá, no tantos menos que yo, aunque…
-¿Bueno, y? ¿No me vas a decir nada?
-Sí, que la madre de esa niña es una bruja y no sabe lo que su hija guarda en el armario.
Ahora sí que me mira más que indignada.
-Von Kryler, eres más retrógrado de lo que imaginé, y estoy totalmente segura que bajo ese traje arrugado hay un hombre amargado que no sabe disfrutar de la vida, y menos de momentos como este en que los niños están disfrutando sanamente con un juego, ¡y con un disfraz!
¡Wow! Si eso no es un decálogo de defensa, está muy cerca, pero no me arrepiento de nada, hasta que un grito de la mujer ardilla nos distrae. La bruja deja de mirarme y corre hacia su hija que está en el suelo.
-¿Amelia, qué te pasó? ¿Te duele?
-Yo no la maté -se defiende Clemente y la pequeña mueve la cabeza para que mi hijo que está que se le salen los ojos se quede tranquilo.
-¿Quieres que la llevemos a la clínica? -le pregunto viendo como le sangra la rodilla.
Ya no es bruja, es la niña del exorcista, gira su cabeza y con odio escupe:
-¿Cómo se te ocurre?, es solo un raspón, con alcohol y mimos se le pasará, no necesita una clínica.
-Ya,¿ y eso lo sabes, tú?
-Mi mami es enfermera -suelta la pequeña abrazándola, dejándome totalmente callado.
-No… no lo sabía -me disculpo.
-Por supuesto que no, no sabes nada -me dice en tono de reproche.
-Estás equivocada, sé que tienes una hija, que vives a dos cuadras de aquí, que estás casada y que eres enfermera de la clínica.
Ahora abre los ojos tanto que creo que se le juntaran con el pelo, y actúa, casi, como si le hubiera dicho un insulto. Coge a su pequeña en brazos y se la pone en las caderas. Se nota que le cuesta, su hija es casi tan grande como Clemente, y eso no es menor.
-Despídete de tu compañero, mi vida, vamos a casa a curarte.
-Yo quiero seguir jugando
-Tengo que curarte la herida.
-Pero, ¿pero, Cleme puede ir a la casa? -le pregunta, claramente es un minuto incómodo, pero al ver que mi hijo también insiste, acepta.
-Está bien, vamos.
Cuan sargento da una orden y en silencio la sigo, los chicos van alegres conversando, y cuando como el caballero que soy le pregunto si quiere que cargue a su hija me dice que no, me queda claro que aún está enojada, para eso no hay que ser adivino.
Al llegar me invita a pasar. Su casa es completamente femenina, y eso me llama la atención. Sienta a la pequeña en el sofá, nos indica que ya vuelve y todos nuevamente obedecemos.
A los pocos minutos regresa con una bandeja con leches en cajitas para los niños y para mí un vaso de agua, y en la otra mano, una cajita plástica con una cruz roja en medio.
Deja todo sobre la mesa de centro, los niños toman sus leches y se acomodan en el sofá.
-Bueno, Amelia, ahora vamos a desinfectar la herida.
La pequeña asiente con la cabeza.
Ella se quita la capa negra que la cubre y mis ojos automáticamente se van a su vestido de algodón negro, que se le ajusta como un guante al cuerpo, y vaya, que cuerpo, nada le sobra ni le falta y una sensación que hace mucho no sentía asalta mi mente, y otras partes.
 Con todo el cariño del mundo y una gran sonrisa se arrodilla frente a nosotros, y con manos mágicas y una dulzura que no había visto le cura la rodilla, le da un beso en la frente y le indica que ya está lista. Ante esas palabras Amelia invita a Clemente a conocer su pieza y nos quedamos solos.
Ella se sienta y a continuación se quita la peluca negra dejando ver su pelo castaño claro perfectamente peinado con unas trenzas pegadas a la cabeza. Sí, se ve otra… ¿me gusta?
-Disculpa si te ofendí en la plaza.
-Supongo que eres como todos, prejuzgas primero.
-No soy así -me defiendo.
-¿Seguro? -me dice sonriendo de medio lado, y me encanta. Mentiría si dijera que me está coqueteando, pero es tan directa que…algo produce en mí.
-¿Me equivoqué en algo? -levanto las cejas con gesto de suficiencia, más que para que me crea vencedor para saber más de ella.
-Sí, no trabajo en la clínica, sino que en el hospital de Puerto Montt.
-No existe un…
-¿Si quieres saber si soy casada, viuda o divorciada, ¿por qué no simplemente me lo preguntas?
Wow, sí que es directa, ambos nos miramos a los ojos, sé que yo estoy sintiendo algo más, y estoy casi segura que ella también. Ninguno de los dos esquiva la mirada, incluso es evidente que nos miramos los labios y que la tensión crece a cada segundo, ni el mamá ni el papá que ambos sentimos nos distraen, hasta que el teléfono de mi bolsillo comienza a sonar reventando esta pequeña burbuja.
-¿Qué? -respondo sin siquiera mirarlo.
-Max -pregunta extrañada Josefina, y por primera vez desde hace mucho la quiero fuera de esta ecuación -. ¿Qué pasa?
-Son las nueve y media…
Cierro los ojos un momento, el tiempo se me pasó volando, me levanto sin dar ninguna explicación, y le digo que en diez minutos estoy en su casa, sé que se lo digo de mala forma porque me pregunta si estoy bien. Llamo a Clemente y él también sabe que mi tono no es de juego, baja en dos minutos, y aunque reclama, está contento porque sabe que hoy será una noche de buenas noticias.
-Mándale saludos a Josefina -me dice mordiéndose el labio con los ojos blancos pagados.
-Esto no ha terminado.
-¿No?
Sin decir ni media palabra nos vamos, Clemente está casi a punto de dormir. Tal como dije en diez minutos llego, Jose sigue de Caperucita Roja,  la veo de forma diferente, tan ¿niña?
 Rápidamente le relato lo que hicimos y ella sonríe como siempre, nos despedimos y  voy de vuelta a mi casa.
Durante todo el camino pienso en el momento que acabo de vivir, no sé explicarlo a ciencia cierta, pero algo se movió dentro, algo se resquebrajó. En casa me sirvo un whisky con varios hielos para bajar la ansiedad, y como no se me pasa decido bajar energías nadando.
Me quito la ropa, subo el timer de la piscina y como siempre hago para relajarme, nado, me tiro un par de clavados que requieren toda mi concentración y ni aun así puedo borrármela.
No soy un hombre impulsivo, menos a las doce de la noche, pero no me importa. Y sin querer perder más tiempo solo me pongo un polerón de algodón.
Ni siquiera pienso en que le voy a decir, o a qué voy, es algo extraño lo que siento. Estoy siendo impulsivo, me estoy dejando llevar, pero ¿por qué? ¿Por sentimientos?, ¿por emociones?, ¿por calentura? No tengo ni la más puta idea, solo sé que quiero terminar la conversación pendiente.
Frente de su casa me estaciono, toda la casa está a oscuras, excepto por la luz del pórtico y el fantasma que bambolea por el viento. Me subo un poco más el cierre del polerón porque está helado, sin meditarlo más cruzo y toco discretamente a su timbre, pasan los segundos y nada, cuando voy a pegar el dedo en el botón, la luz de dentro se enciende y ella abre la puerta.
No es la bruja de antes, sus ojos no son blancos, son café con pintas más oscuras, su pelo no va trenzado, sino completamente crespo y enmarañado. Pero su ropa, oh, Dios, sí que es diferente.
El vestido largo ha sido reemplazado por una camisa de dormir blanca con encaje, con el frío sus pezones se erectan, e incluso puedo ver más allá de la tela.
Su cara es de completo asombro, y me gusta, no solo yo la estoy mirando, ella está haciendo lo mismo, hasta que soy yo quien rompe el silencio.
-¿Dulce o travesura?
-¿Qué? ¿Qué dijiste?
-Responde.
Desde este segundo la lujuria brilla en sus ojos y me estremezco. Su cuerpo se marca solo para mí y cuando da un paso hacia atrás, entiendo que es una clara invitación a entrar.
Mis ojos se abren cuando me toma la mano guiándome hasta el salón, y como si solo ella fuera la protagonista cierra las mamparas dándonos total privacidad y en medio, frente a mis ojos sus manos comienzan a recorrer su cuerpo, desde su vientre a su pubis, y antes de que siga mis manos apartan las suyas siguiendo aquel recorrido, sin poder evitarlo recorro desde su muslo hasta sus vellos ensortijados, juego con ellos hasta que está completamente húmeda y su clítoris comienza a abultarse. Hasta que me doy cuenta que no solo ella está sintiendo calor, mi pene está completamente erecto, y de la mujer segura y que se llevaba al mundo por delante no queda nada, ni un musculo de su mano se mueve.
-Tócame. —Le digo al mismo tiempo que uno de mis dedos se hunde en su sexo produciendo un gemido en ella y un suspiro en mí, ¡qué sensación!
Cuando toma mi pene con sus manos frías todos mis instintos primitivos despiertan, comienzo a penetrarla una y otra vez, sintiendo con mis dedos lo que otra parte de mi cuerpo debería estar sintiendo. Ataco su boca con vehemencia, nuestros dientes chocan y como no quiero que se separe ni un milímetro de mi enredo mi mano en su pelo atrayéndola aún más, jadeando en su boca mientras ella y su cuerpo se entregan totalmente. Cada temblor, cada sacudida, cada escalofríos me pertenecen. No hay palabras de por medio, nuestros ojos hablan por sí solos, es como si nos entendiéramos, y cuando ya no puedo más, le quito la maldita camisola y sin darle tiempo a nada me hundo en ella, hasta el fondo sintiendo una sensación inimaginable. Toda ella está para mí, sus labios, sus dientes, su lengua que me lame mientras la penetro cada vez más profundo, más fuerte, más rápido, hasta que como si estuviéramos completamente sincronizados nos corremos al mismo tiempo con ganas, con fuerza, con lujuria, y cuando ella abre los ojos susurra en mis labios:
-Ya, ya tengo dulce -jadea con la respiración entrecortada-, ahora quiero travesura.

Este relato es sobre Maximiliano, un personaje de la Todo por sus ojos, si aún no la lees, uff, te la estás perdiendo!!!


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14 comentarios:

  1. Muy bueno, me encantó.
    Quiero más

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  2. Buenísimo Conti! No decepcionas😍

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  3. Buenísimo el relato solo quedé con gusto a poco jajaja.
    Gracias Conti por volver alegrarnos los domingos.

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  4. Buenísimo... Como todas tus historias, un poquito mas no???

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  5. Excelente, como siempre nos dejas con ganas de mas, gracias

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  6. Excelente relato quiero segunda, tercera parte

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  7. Me encanta Maximiliano, ya quiero la segunda parte!!!!

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  8. Me encanto quiero una segunda parte, a pesar de que no era mi favorito apra que se quedara con Josefina igual merece ser feliz :)

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  9. Te pasaste conti!!! Cada uno de tus libros dan para una serie completita!

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  10. Ooooh.....còmo es que no me di cuenta de que se trataba de Max y lo acabo de leer recièn ahora??? Me encanta que Max retome su vida.Ahora si,tu Max,se convierte en mi Max !!

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